'No sigáis varias y extrañas doctrinas sofísticas que esparcen pestífera semilla' escribía el mismísimo Clemente VI en el año 1346 a los maestros y alumnos de la Universidad de París. El Pontífice se refería en aquella carta a las doctrinas de un ilustre monje franciscano de origen inglés, llamado Guillermo de Occam, huido varios años antes de las cárceles de Avignon acusado de herejía. Durante cuatro años había estado retenido, hasta que logró fugarse y pedir asilo en la corte del Emperador Luis de Baviera, por entonces enemistado con el Papa Juan XXII. Muerto el Emperador, Guillermo quiso volver a la misión con su orden y con la Iglesia, motivo por el que viajó a Italia acompañado de su joven novicio para entrevistarse con Bernardo Güi, entonces máximo responsable de la Inquisición en aquella zona y representante, en definitiva, del Pontífice.
No consta, sin embargo, con certeza, si en realidad Guillermo consiguió su objetivo. Tan sólo el testimonio dejado por su discípulo muchos años más tarde en una colección de pergaminos, donde se relatan los hechos asombrosos y terribles que acontecieron durante la semana que permanecieron en la Abadía en la que debería celebrarse aquella entrevista.
El testimonio de la historia que ahora vas a revivir...
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