04/12/2006, 08:54
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En el siglo XI el primer Viejo de la Montaña fundó en Persia (hoy Irán) la secta de los “Asesinos”, que durante 200 años habría de ser famosa en el mundo entero. Esta secta tenía sus cuarteles principales en el castillo de El Alamut, una fortaleza inexpugnable situada a 2000 metros de altura. Durante dos siglos ningún gobernante del Oriente Medio durmió en paz. La estrategia del Viejo de la Montaña era simple: expresaba su voluntad a los emperadores, reyes, emires, califas, visires y demás hombres poderosos. Si éstos no cumplían, los hacía asesinar. El primer Viejo de la Montaña (éste siempre fue el título de los sucesivos jefes de la secta) inventó un adiestramiento tan sofisticado como mortífero. Funcionaba de la siguiente manera:
La secta reclutaba jóvenes sin educación. Durante el día aprendían a matar con sigilo, a hacerse casi invisibles, a infiltrarse en los lugares más protegidos del mundo... y muchas otras destrezas necesarias para ser asesinos eficaces. Durante la noche aprendían el arte de consumir hachís y dejar volar la imaginación.
Cuando surgía una nueva misión, el Viejo de la Montaña seleccionaba a uno de los estudiantes más destacados, a quien hacía narcotizar en secreto. El elegido despertaba en un sector oculto del castillo, donde se había construido una réplica del paraíso musulmán. Era atendido como un rey por decenas de mujeres hermosas, en un frondoso jardín con fuentes de agua, árboles frutales y flores aromáticas. Las mujeres le obsequiaban vino, manjares y sus cuerpos perfumados.
Tras varios días o semanas en este éxtasis perpetuo, se volvía a endrogar al joven en secreto. Horas más tarde despertaba, nuevamente en los crudos cuarteles militares. En este momento le decían a quién tenía que matar y le aclaraban que si cumplía bien su misión pasaría el resto de sus días en el paraíso que ya había visitado; si moría llevando a cabo la misión, los ángeles en persona lo llevarían hasta el paraíso. Entonces le entregaban un puñal, oro y mucho hachís para el camino. Los asesinos nunca regresaban vivos.
Durante dos siglos la figura del Viejo de la Montaña inspiró horror a los gobernantes del Medio Oriente. Una vez se anunciaba la condena de un soberano, éste no podía salvarse. Si el primer “mensajero” fallaba, se continuaba enviando jóvenes con puñales una y otra vez hasta lograr el objetivo. En una ocasión dos asesinos se hicieron pasar por monjes cristianos y vivieron dos años en un convento, hasta que pudieron llevar a cabo su misión.
(El Viejo también aportó un nuevo vocablo a la lengua española, ya que “asesinos” proviene del nombre árabe de la secta, “aassissin”, que significa “bebedor de hachís”.)
A tal punto llegaba el poder del Viejo de la Montaña que los gobernantes transaban con él, le pedían perdón, le pagaban tributos o le enviaban sobornos, siempre con el fin de garantizar sus vidas. Nadie se sentía a salvo de sus famosos puñales. El musulmán más poderoso de la época, el célebre Saladino, al despertar una mañana encontró sobre su almohada un puñal que le habían dejado como advertencia. Desde ese día hizo la paz con el Viejo de la Montaña, y se dice que nunca más permitió que se le acercara un desconocido.
A pesar de este inmenso poder, la secta de los Asesinos nunca mató a inocentes. Se regían por una filosofía muy clara: sólo debían morir los culpables de los abusos de poder, nunca los inocentes. Por eso iban directo al corazón de los aterrados príncipes. |