A principios de los 90 entré a trabajar en una imprenta de formas continuas. Donde la mayor parte del trabajo era elaborar artes para formularios comerciales. Para ese entonces los artes se hacían en la mesa de dibujo, realizando el rayado con tinta china. Yo era muy hábil para dibujos a mano alzada, más no tenía la experiencia del dibujo técnico o arquitectónico, donde el trazado de las líneas y empalmes debe ser impecable. Al segundo día de trabajo vi como un compañero de trabajo tuvo que repetir la tarea que me tomó todo el día anterior en realizar.
Quizás muchos no entiendan de que se trata, por lo que les cuento que trazar una línea perfecta con "Rapid-o-Graph" requiere de una velocidad constante y una destreza inmensa a la hora de empezar la línea y levantar la plumilla.
Entonces me empecé a preocupar pensando que no me iba a durar el trabajo. Lo que hacía durante el día no quedaba con la suficiente calidad para ser entregado.
Ya en el tercer día sólo me quedaba esperar el momento en que me notificarían que no podría conservar el empleo. Casi al finalizar la tarde el jefe entró y mirándome fijamente me dijo.
– Sebastián, hágame el favor de seguirme, tengo que hablar con usted.
Para mi sorpresa no me botó, me dijo.
– Voy a probarlo unos días más, pero trabajará en el departamento de fotolito.
Me tranquilicé momentáneamente ya que ahí hacía un buen trabajo con las cámaras, negativos, papel, así como con las insoladoras y planchas. Pero me di cuenta que no sería diseñador, ni siquiera dibujante. Sería fotomecánico, pasaría el resto de mi estadía en ese trabajo encerrado en un cuarto oscuro y una sala con apariencia de submarino.
Pasó como un mes cuando llego una computadora e impresora láser al departamento de dibujo. Dijeron que era para levantar "texto", que con ella se podían usar más de 100 familias tipográficas. Con la PC también vinieron las clases para usar aquellos programas. Me incluyeron dentro de las clases pensando que yo podría sacarlos de apuros en algún momento determinado. La empresa estuvo muy contenta y satisfecha por su adquisición.
Cuando en la primer clase vi que se utilizaría aquel programa que nos enseñaron en el instituto de diseño me sentí muy contento. Era algo que conocía mejor que los demás, era en aquel entonces la versión 2.0 de algo llamado CorelDraw.
Pasaban los días y también la novedad, ya no era vista como aquella cosa del futuro. Ahora era sólo otra herramienta más moderna. Para mi no era así. Esa computadora era un motivo para ir a trabajar todos los días. Sólo podía usarla a escondidas a la hora del almuerzo.
Un día entró el jefe y me descubrió tratando de dibujar un formulario de depósito bancario y me dijo.
– Imprime eso para ver si sirve o no.
Luego de revisar, medir y comparar con el original pudo encontrar pocos errores y me preguntó.
– ¿Cuánto tiempo te ha llevado hacer esto?
Le respondí.
– Llevo una semana en las horas de almuerzo.
Entonces se quedó pensativo un rato y dijo.
– Cuando lo logres en cuatro horas volverás al Departamento de Arte.
Desde ese día me quedaba también luego de la hora de salida todo el tiempo posible hasta que cerraban la empresa. En una semana estuve de vuelta en Arte, pero no en una mesa de dibujo.
Cada dibujante elaboraba un promedio de dos artes diarios en la mesa de dibujo. Ahora yo hacía cuatro y elaboraba el levantamiento de texto para los demás.
Me quedan muy buenos recuerdos de ese trabajo. Allí fui el primer "Diseñador Gráfico" que contrata la empresa. Fue para mi, el primer trabajo como DG. A los meses empecé a diseñar fondos de seguridad para papel valor y cheques. Elaboré con éxito los primeros formularios para lector óptico que vendía la empresa. Ascendí a supervisor antes de cumplir el año. Me retire de esa imprenta a los dos años. Seis años más tarde me independicé y ellos fueron mis clientes en modalidad Outsourcing por varios años.